Costa Rica ha sido considerada durante mucho tiempo un líder mundial en materia ambiental y un ejemplo brillante de democracia social en América Latina. En muchos aspectos, Costa Rica se ha ganado su reputación. En cuanto al medio ambiente, más del 98% de la electricidad procede de energías renovables, más del 25% de la tierra está protegida por parques y reservas,  y el país tiene un ambicioso plan para descarbonizar su economía para el año 2050. Los bosques de Costa Rica cubren casi el 60% del territorio nacional. Además, su sistema de Pago por Servicios Ambientales (PSA) ayudó a revertir las altísimas tasas de deforestación durante las décadas de 1970 y 1980. 

La pequeña nación también ha sido muy respetada por su sólida democracia, su estado de bienestar social y su sistema de salud pública. Sin embargo, una mirada más profunda a este país muestra un panorama muy diferente. La desigualdad aumenta desenfrenadamente en Costa Rica.

 Esto es particularmente evidente en la provincia de Guanacaste, donde los más pobres conviven con los más ricos. En las playas más populares de Guanacaste y del Sur de la Península de Nicoya se viene desarrollando un modelo turístico con profundas consecuencias sociales y ambientales. El turismo en la costa del Pacífico costarricense crece bajo procesos confusos, a menudo sin planificación ni transparencia, excluyendo a la población local y en beneficio de complejos turísticos de propiedad extranjera.  La dependencia del turismo ha creado una paradoja para esta zona de Costa Rica. El crecimiento turístico descontrolado amenaza la integridad ecológica para dar cabida a los turistas atraídos por esa misma belleza ecológica. 

Esta investigación presenta una síntesis de ello. En primer lugar, se realizó una revisión exhaustiva de la bibliografía y los artículos de prensa. Luego, los datos se triangularon con entrevistas y una visita de campo.

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