En el Día de la Tierra, todos los periódicos informaban sobre la audaz declaración del presidente Biden de que Estados Unidos lograría reducciones del 50% en las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Si bien es un alivio ver finalmente que el cambio climático se está llevando a la vanguardia en las políticas públicas, los jóvenes ambientalistas de todo el Norte Global deben estar reflexionando sobre dos preguntas muy importantes en respuesta a este anuncio.

En primer lugar, ¿de quiénes son las voces que necesitamos escuchar en relación con las decisiones de política y acción climática?

Y en segundo lugar, ¿cómo podemos asegurarnos de que Estados Unidos y otros países responsables estén priorizando las soluciones adecuadas frente a tantas opciones?

Photo: Friends of the Earth

Como joven ambientalista de los EE.UU, estoy agradecida por la oportunidad que tuve de hacer mi pasantía de forma remota con La Ruta del Clima y obtener respuesta a estas preguntas directamente. Con la ayuda del equipo de pasantías, pude entrevistar de forma virtual a varios activistas latinoamericanos, sobre el trabajo transformador que vienen realizando en justicia climática en sus respectivas organizaciones de la sociedad civil a lo largo de los años. Incluso a través de una pantalla de computadora, pude escuchar claramente la pasión en sus voces mientras transmitían la universalidad de sus experiencias en el Sur Global.

Y aunque siempre hay espacio para una mayor comprensión, lo más importante que aprendí de estos activistas es que los principios de los derechos humanos y la justicia son el alma de una acción climática eficaz, equitativa e integral. Esto ofrece una lección para los estadounidenses y otros residentes en el Norte Global: que nuestro enfoque impulsado económicamente para la formulación de políticas de cambio climático dan testimonio de las desigualdades históricas y las injusticias sociales en las que hemos sometido al Sur Global.

Entonces, ¿cuáles son las raíces de la injusticia climática en América Latina y el Sur Global, cómo ha avanzado el concepto a lo largo del tiempo, y quién es el responsable de reparar los daños causados por el cambio climático?

Cada activista que entrevisté rastreó la historia de la injusticia climática desde la explotación del Sur Global hasta la industrialización del Norte Global. En palabras de Jhoanna Cifuentes, directora de Relaciones Públicas de ClimaLab,“los responsables son los países y las corporaciones que tienen más emisiones y han creado más costos… Deberían estar compensando los efectos del cambio climático”.

Carmen González apoya estas afirmaciones en su investigación sobre “El capitalismo racial, la justicia climática y el desplazamiento climático”. Ella argumenta que el Norte Global siempre ha priorizado las ganancias sobre las personas y el planeta. Contrariamente al punto de vista estadounidense de que hemos progresado significativamente, el mundo simplemente se ha transferido de un sistema explotador de colonización y esclavitud a un sistema explotador del capitalismo global moderno.

En otra investigación,González se centra en las reformas económicas y políticas neoliberales impuestas a América Latina por el Norte Global, principalmente Estados Unidos, en las décadas de 1980 y 1990. En lugar de promover el desarrollo sostenible, estas reformas promovieron un modelo económico de crecimiento impulsado por las exportaciones e interferencia económica extranjera. Anaid Velasco, de  CEMDA,una ONG que defiende los recursos naturales en México, dice que si bien, los efectos de las reformas se ven diferentes dependiendo de la industria productiva hoy en día, todas contribuyen a la injusticia social y ambiental en América Latina.

Los países y corporaciones del Norte Global son vistos como intrusos hambrientos de poder por activistas latinoamericanos. Santiago Rivera, miembro de un espacio de comunicación alternativo Agencia Joven de Noticias, liderado y gestionado por jóvenes, se basa en los comentarios de Velasco: “El Norte Global está buscando nuestros recursos naturales y quieren llevárselos… por eso tenemos que luchar contra la globalización y defender nuestros recursos”. 

Para empeorar la situación, América Latina, por su posición geográfica, es mucho más vulnerable a los efectos del cambio climático que muchos países del Norte Global. Cifuentes dice que, en conjunto, estas variaciones en la vulnerabilidad geográfica y el desarrollo hacen que una relación interesante, porque si bien, “el Sur Global es el menos responsable del cambio climático, también tiene la menor capacidad para responder a él debido al desarrollo económico desigual… El Norte Global es el más responsable, pero tiene más capacidad de adaptación debido a sus recursos económicos”. “Mecanismos más fáciles de participación y mejores organizaciones” en el Norte Global también han llevado a mejores medidas de adaptación, según Rivera.

En contexto, estas desigualdades sociales, políticas y económicas sostenidas, nos muestran cómo el cambio climático es experimentado más violentamente por los países del Sur Global, como es el caso de Latinoamérica, frente a países del Norte Global, como lo es Estados Unidos. Por lo tanto, sólo tiene sentido que las percepciones de la justicia climática también se diferencien entre ambas regiones.

Entonces, ¿cómo se cometen estas injusticias históricas en las percepciones de la justicia climática en el Sur Global? ¿Y en qué se diferencian estas percepciones de las que se mantienen en el Norte Global?

Por un lado, los activistas que entrevisté ven que hay una necesidad más inmediata de justicia climática en América Latina porque puede significar vida o muerte en muchas circunstancias. Es innegable que el cambio climático actúa como un “multiplicador de amenazas”, intensificando o provocando otros problemas de seguridad humana y bienestar.

Velasco ilustró, durante nuestra entrevista, cómo las consecuencias del cambio climático agravan otras injusticias sociales: “Si me encuentro en una situación de pobreza en la que no tengo acceso al agua potable, los impactos del cambio climático profundizan esta falta de acceso al agua potable si se deriva de una sequía”. Dijo que también pueden empeorar otros factores de bienestar como “el acceso a la educación, la vivienda digna, el derecho al trabajo y el desplazamiento”.

Esto contradice la actitud más desvinculada del Norte Global hacia el cambio climático. En lugar de ver “el cambio climático como una crisis contra la que tenemos que luchar”, como indicó Rivera, muchos lo ven como un tema lejano que afecta a otros países. Y debido a esto, en el Norte Global hay menos urgencia en torno a la justicia climática.

Según Cifuentes, también es útil que los activistas latinoamericanos “hablen de derechos humanos” a la hora de abordar el cambio climático. Javier González, abogado senior de la organización de defensa del medio ambiente AIDA,dijo que “el Sur Global tiene más comunidades indígenas viviendo en ecosistemas que necesitamos preservar [para mitigar] el cambio climático. En el norte, hay pocos casos de estos, a excepción del oleoducto. En el sur, esta no es la excepción, sino la regla”.

González y Cifuentes argumentan que debido a que el Norte Global contiene menos grupos indígenas y valiosas regiones biodiversas que el Sur Global, generalmente hay menos énfasis en los derechos humanos y la justicia dentro del movimiento ambientalista del norte. El Sur Global tiene una “visión más amplia de la justicia climática en general”, dice Cifuentes, porque los conflictos sobre las tierras indígenas son más frecuentes.

“Si en el Norte hablan de justicia climática en términos de juventud y de las próximas generaciones, el Sur habla de justicia climática para luchar contra la violencia hacia indígenas, mujeres,  más la inseguridad alimentaria”, según Rivera. Vemos a partir de esto, que los movimientos de justicia social en América Latina, incluido el movimiento de justicia climática, se construyen activamente a partir de los mensajes de los demás. Esto se debe a que los activistas latinoamericanos reconocen más fácilmente las interconexiones entre sus demandas y la urgente necesidad de una acción colectiva, caso contrario a la visión de los activistas en Estados Unidos y otros países del norte.

Estas superposiciones entre la justicia indígena, la justicia climática y otras formas de justicia en América Latina nos enseñan que la lucha contra el cambio climático implica tomar las soluciones técnicas propuestas por el Norte Global y transformarlas en soluciones centradas en el ser humano. Como subraya González, “la justicia climática trata de encontrar justicia para todo tipo de personas en todos los países”. Si nuestras soluciones climáticas no reconocen la dignidad y el valor de todos los seres humanos, entonces también son parte del problema. 

Teniendo en cuenta estos principios, ¿cómo podemos trabajar juntos para lograr la justicia climática a nivel internacional?

Una forma de lograr la justicia climática según los activistas que entrevisté, es ampliar la participación en los procesos de toma de decisiones sobre la política climática. Rivera señala que tener “maneras de participar para crear una estrategia de lucha contra el cambio climático” es vital para lograr la justicia climática. Este canal abierto de comunicación entre activistas y responsables políticos ayuda a transformar las ideas de base “en leyes o documentos que luego pueden convertirse en acciones que hacen algo real”, señaló Cifuentes.

Sin embargo, a menudo es difícil que los grupos que experimentan los peores efectos del cambio climático, incluso accedan a la etapa global para comunicar sus experiencias, visiones y objetivos para la acción climática. Velasco cree que las ONG pueden formar parte de la solución actuando como puentes que “ayudan a visibilizar las afectaciones a las que se enfrentan determinadas poblaciones y llevarlas a negociaciones internacionales”. Cifuentes está de acuerdo en que este es un camino viable si las ONG evitan la trampa del tokenismo.

Una segunda forma de trabajar hacia la justicia climática, es que los países responsables reconozcan sus contribuciones al cambio climático y, lo que es igualmente importante, su obligación moral de mitigar las emisiones y las injusticias sociales. Por ejemplo, Estados Unidos debería compensar a los países del Sur Global por las emisiones históricas, además de ayudar a financiar proyectos de mitigación y adaptación climática que vayan más allá de la ayuda de emergencia para desastres relacionados con el clima.

Aún así, sin embargo, “la compensación no es suficiente porque nada puede compararse con lo que se perdió”, dice Cifuentes. Velasco ilustra los “aspectos intangibles” de esta pérdida haciendo referencia a los efectos del desplazamiento interno en grupos en América Latina. “Perder el lugar donde naciste para las comunidades indígenas y no indígenas es una conexión muy importante”, dice, “… porque significa una pérdida de raíces”.

Una tercera estrategia para lograr la justicia climática está reemplazando el actual enfoque “único” de la acción climática internacional, por soluciones locales basadas en el lugar. Esto contrasta con el enfoque dominante de los mercados de carbono y el comercio que los países del Norte Global han elegido adoptar con permiso del Acuerdo de París. Los mercados de carbono y el comercio no sólo son insuficientes para alcanzar el marcador de 1,5-2 grados centígrados, sino que también se ha encontrado que desplazan a los grupos indígenas en el Sur Global que dependen de estos sumideros de carbono como parte de sus medios de vida. Como sostiene Julia Dehm en su artículo sobre“¿El colonialismo del carbono o la justicia climática? ” los mercados de carbono y el comercio pueden ser simplemente explotación manifestándose de nuevo bajo el pretexto de “cooperación internacional”.

La acción climática es incluso difícil de implementar a nivel regional porque las actividades productivas que impulsan cada nación y región son muy diferentes según Velasco. Para que la acción climática funcione realmente, “los mecanismos de justicia climática deben insertarse en los sectores productivos de cada país”, dice.

Cifuentes amplía esta perspectiva, afirmando que “es vital fortalecer primero los gobiernos locales, subnacionales y nacionales” y “reconectarlos con los de sus ciudadanos”. De este modo, centrará los derechos humanos en la discusión sobre el cambio climático, proporcionando “un lenguaje común entre las diferentes naciones” que nos conducirá hacia una “gobernanza climática internacional eficaz y justa”. Como dice Rivera, “las capacidades de cambio deben funcionar para las comunidades a las que se supone que deben ayudar”. Entonces, ¿por qué no empezar con las necesidades y deseos de esas comunidades primero?

En retrospectiva de mis conversaciones con Santiago Rivera, Jhoanna Cifuentes, Javier González y Anaid Velasco, estoy tomando el anuncio del Día de la Tierra de Biden cautelosamente. Sí, si bien una reducción del 50% por debajo de los niveles de 2005 es sin duda una noticia que debe celebrarse, este último compromiso con la acción climática debe examinar las soluciones al cambio climático desde una perspectiva de justicia social consciente a nivel mundial para que sea eficaz y ética. Centrarse únicamente en soluciones tecnológicas y orientadas al mercado, que son buenas para la economía, son medidas a medias que, en última instancia, no nos llevarán a donde tenemos que estar.

Lo que nos hará empezar en el camino allí es, en primer lugar, reconocer las injusticias que hemos provocado en los países de América Latina y el resto del Sur Global. Y segundo, seguir con el apoyo colectivo y la defensa de soluciones que centran las voces más marginadas de nuestras sociedades y abordar sus demandas de justicia social en todo el espectro. 

Al igual que los activistas que entrevisté enfatizaron, la compensación, la justicia y la urgencia son los ingredientes clave que faltan del enfoque actual del Norte Global para el cambio climático. Solamente hasta que comencemos a avanzar en propuestas de base, que combatan los desequilibrios económicos, las desigualdades sociales y la violencia junto con  el cambio climático, podremos considerarnos a nosotros mismos como una contribución a  una acción climática verdaderamente audaz que refleje la dignidad de los seres humanos y no humanos por igual.

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